Estábamos en clase de educación física, y el profesor, un obeso hombre de sesenta años, nos indicaba que ejercicios hacer. Corríamos de un lado al otro del patio mientras él nos veía, sentado en una silla de plástico. Entre los chicos que corríamos estaba él. Hubiéramos corrido hasta hartarnos si no hubiera sido porque él se acercó al profesor, y con una voz demasiado imponente para un niño de diez años que le habla a la autoridad le dijo: "Le pedimos que nos permita jugar otra cosa. Prometemos no hacer ningún desastre"
El profesor, visiblemente sorprendido, se levantó de su silla, y tras unos segundos de silencio, nos dio permiso. Él encabezó esa clase el resto del año.
Muchos de ellos, admirando el valor que se necesitaba para exigirle algo así a un profesor, comenzamos a juntarnos con él. Carlos siempre fue muy atento con todos, y nos adoptó como miembros integrales de su grupo desde entonces. Y aunque hiciera lo mismo con todos, cada uno de nosotros nos sentíamos especiales a sus ojos.
Todas las decisiones del grupo eran resueltas en una especie de democracia. Él planteaba las opciones, y entre todos las escogíamos. Siempre fue así. Nadie más podía elegir las opciones, ahora que lo pienso. Siempre las elegía él. Nuestro papel era únicamente la de escoger una de ellas. A pesar de ello, sus opciones siempre eran tan buenas que añadir otras parecía innecesario, independientemente del tema a tratar.
Conforme crecíamos, el grupo comenzó a llenarse de gente. Todos eran recibidos como nosotros lo fuimos, y nadie era especial, excepto él. Todo eso cambió con Rocío.
Rocío fue una compañera que, igual que él, quería estudiar derecho. Soñaba, como muchos otros, con ser presidente. Pero estaba muy decidida, más que la mayoría, y eso llamó la atención de muchos, Carlos incluido. Fue la primera vez que él invitó a alguien a unirse a nuestro grupo, y desde el primer día, él nos dejó claro que ella era especial. Ella estaba con él, arriba de nosotros.
Esa actitud no cayó muy bien, y muchos decidieron que era mejor dejarnos. A él no le importó. Algunos de ellos regresaron, pasado un tiempo. Entonces le importó. Dejó claro que no podía confiar en ellos, y los relegó. Así se establecieron los tres círculos de decisiones por los que es ahora famoso.
Como bien saben, ese método funciona así: Él planteaba unas opciones para solucionar un problema, desde el lugar para comer, a decisiones de estado. El primer círculo, en ese entonces solamente Rocío, pero posteriormente más nutrido, quitaba algunas opciones. El segundo círculo eliminaba el resto, hasta quedar sólo dos. El tercero seleccionaba la mejor de esas dos opciones, y eso se hacía. Carlos podía objetar, pero nunca lo hizo. Siempre aceptó lo que la mayoría decidía. Siempre.
Bueno, eso debe ir entre comillas. Hasta donde yo sé, él siempre elegía las opciones. No creo que nadie, ni Rocío, haya puesto sobre la mesa una opción que él no hubiera contemplado. Nunca. Ni cuando decidió que crearíamos un nuevo partido político, ni cuándo decidió a los posibles dirigentes, ni cuando postuló a quienes seríamos candidatos a la presidencia.
Y no era así sólo cuando estábamos todos. En privado funcionaba igual, aún con quienes éramos sus mejores amigos, o su gente más cercana. Realmente dudo que Rocío haya tenido alguna opción cuando le propuso matrimonio.
No sé cómo no nos dimos cuenta de su control en su momento. Todo parecía que lo decidíamos entre todos, que él sólo era el líder, no el titiritero que realmente era. Pero para un títere es muy difícil darse cuenta de eso...
Su influencia era muy fuerte, y fue sólo cuestión de tiempo para que fuéramos contendientes serios a la presidencia. Nadie se sorprendió cuando él salió como nuestro candidato. Menos aun cuando ganamos las elecciones. Era la única opción. Y ahora, el país entero estaba bajo su control.
Su primera acción importante fue instaurar el sistema de tres etapas en el país. Él sería el primer nivel, junto con sus más cercanos colaboradores. El segundo serían los legisladores. El tercero, el pueblo. Desde el principio fui uno de los del primer grupo, probablemente porque había estado con él desde el principio, por lo que puedo decirles de primera mano cómo era estar ahí: Nos sentábamos en silencio, él decía su idea y sus opciones. Las pensábamos un momento, y antes de que pudiéramos decir algo, se iba. Nunca se quedó mientras discutíamos. Nunca necesitó oírnos. Su palabra era todo lo que había.
Y por años, funcionó. El pueblo estaba tan contento con la idea de ser los que escogían mediante referéndums, que aprobó la ley que le permitía reelegirse perpetuamente. Igual que a nosotros. Nada parecía que se le podía salir de control. Su esquema era perfecto.
Por lo mismo, me sorprendió cuando un día, de la nada, me llamó a su oficina. Ordenó que todos se salieran del cuarto, y nos quedamos solos. Y entonces, empezó a cuestionarme, si nunca había deseado poder elegir. Le dije que, a su lado, siempre elegía, que nadie en el mundo podía elegir tantas cosas como nosotros. Él se rió con fuerza, más de la que jamás le hubiera escuchado. Y entonces, me preguntó que si alguna vez había tenido otra opción que la que él me presentaba. Y yo caí en la cuenta de que no. Comencé a temblar, sabiéndome en la presencia de un ser mucho más inteligente que yo. Un ser que me había manipulado durante más de cincuenta años.
Viendo mi temor, me presentó dos opciones: “Después de saber esto, solamente hay dos caminos: Convertirte en mi sucesor, o renunciar”. Tras unos segundos de meditación, saqué mi arma, y le disparé. Creí que de esa manera me estaría escapando de sus planes, pero ahora que lo pienso detenidamente, veo que no. Él me tenía bajo su control. Yo había seguido el plan, hasta el último momento.