Maldita la hora en la cual decidí que robar era lo mejor que podía hacer para ganarme la hora, pero mil veces más maldita aquella en la que pensé que no habría consecuencias, y acepté entrar a la tumba de Sid Primco.
No culparía a nadie por no creer en las historias de la maldición de Sid Primco, porque yo tampoco lo hacía. Y después de mí, nadie podría comprobarlo. O siquiera recordarlo.
Todo empezó con el descubrimiento del monolito que albergaba su tumba. Una estructura tan impresionante que la pregunta lógica desde que vio la luz fue "¿Cómo nadie vio que esto estaba aquí?". Y mientras los arqueólogos buscaban desesperadamente la manera de descifrar los glifos que adornaban la entrada, cada ladrón en el mundo buscaba la manera de ser el primero en poder penetrar la seguridad, y asegurarnos que, para el momento en el que ellos entraran, no quedara nada por descubrir.
Para cuando bajé del avión, dispuesto a hacer mi investigación del monumento, las noticias de la maldición ya circulaban en todos los noticieros. Se decía que "Aquel que perturbe el sueño de Sid Primco desaparecerá de la historia". Y mientras la gente empezaba a crear teorías sobre como eso significaba el fin del mundo, yo únicamente podía pensar en como mi hazaña pasaría a la posteridad.
Sabiendo que el tiempo era un factor importante, y sin nada que perder, esa misma noche me dirigí al monolito. A pesar de la cobertura mediática, escabullirme en el campamento fue relativamente sencillo, y una vez ahí no fue necesario mucho esfuerzo para hacerme pasar como uno de los arqueólogos. Inspeccioné la entrada, aún sellada, en busca de alguna manera de entrar sin tener que abrirla y llamar la atención, y después de unos pocos minutos encontré un agujero en una de las paredes, apenas lo suficientemente grande para que entrara. Sin pensarlo dos veces me introduje, y entré.
Siempre que uno piensa en una estructura antigua se la imagina repleta de pasadizos y trampas, pero en la realidad son bastante simples. Sin embargo, nunca había visto una que fuera simultáneamente tan sencilla y tan imponente. Todo a mi alrededor me gritaba lujo, a pesar de que la falta de defensas pudo haberme hecho sentir que era una sala más en una estructura mayor. Al centro de la habitación descansaba una urna, y a su alrededor podían verse los mismo glifos que adornaban la puerta de la entrada. Si ya había ignorado la advertencia una vez, no era el momento para arrepentimientos, y la tomé entre mis manos. Apenas lo había hecho, una voz retumbó en mi cabeza. "La maldición del olvido ha caído sobre ti". Traté de no darle importancia, asumiendo que era una muestra del nerviosismo que sentía y salí arrastrándome de ahí, con mi bolsa tan llena como pude hacerla pasar por el agujero que había encontrado.
Esperé varios días en mi cuarto de hotel a que los arqueólogos decidieran arriesgarse y abrir la puerta, para que la noticia de que la tumba había sido saqueada se diera a conocer, y el valor de mis artefactos fuera mucho mayor. Pero conforme los días pasaban sin que eso sucediera, mi paciencia se iba acabando, hasta que llegué al punto de decidir volver a entrar y robar aún más cosas. Y al día siguiente más. Eso se repitió hasta que ya no había nada de valor ahí. Para los últimos días, ya ni siquiera intentaba esconderme, parecía como que la gente se hubiera acostumbrado a mi presencia en el campamento, y por ello me ignoraran, pero no le di mayor importancia, ya que solo hacían mi trabajo más sencillo.
Harto de la espera, decidí ir al mercado negro, con algunas de las cosas más sencillas que había tomado, y me sorprendió lo difícil que fue deshacerme de ellas. Era como si los compradores olvidaran lo que les decía inmediatamente después de verificar que fueran auténticos. Asumí que era parte de la desconfianza por mi hazaña, y aguanté la desesperación. Después de ese martirio, conseguí suficiente dinero para comprar lo que yo quisiera y vivir sin preocupaciones el resto de mi vida. Lo cual resultó mucho más sencillo de lo que hubiera imaginado, pero también mucho más difícil...
Con el pasar de los días sentía que todos a mi alrededor me desconocían. Tal vez era el miedo de que mi robo saliera a la luz y ellos se vieran afectados por su cercanía conmigo, pero sentía como si todos a mi alrededor... me ignoraran. Iba con ellos, y actuaban como si nunca me hubieran visto antes, mis invitaciones caían en oídos sordos, y me sentía más solo que nunca. Y todas las noches, antes de dormir, no podía evitar pensar en las palabras que había escuchado meses atrás. La maldición del olvido.
Desesperado, volví al sitio de la excavación, y lo que encontré me pareció inexplicable. Era como si los arqueólogos no hubieran hecho un solo avance en la investigación desde que entré. Como si todos ahí se hubieran quedado atrapados en el momento en que tradujeron la maldición. Podía ver en el campamento cientas, si no miles de notas, muchas veces repetidas, con hipótesis y teorías, con fechas distintas. Podía escuchar sus conversaciones, que asemejaban un ciclo donde todos se repetían entre ellos sin avanzar. Ahora entendía por qué no había habido novedades recientemente: Tan pronto hacían un descubrimiento, lo olvidaban.
Saber que la voz que escuché fue real, más que asustarme, me abrieron los ojos a todas las posibilidades futuras. Todo lo que podía hacer ahora, a sabiendas de que mis acciones no tendrían consecuencias. Y dejé volar mi imaginación. Nada estaba fuera de mi alcance. O al menos eso parecía al principio. Pero el gusto no duró para siempre. Pronto me di cuenta de que no valía mucho tener obras de arte, o casas, o lujos, si la gente no era capaz de sostener una plática conmigo sin olvidarme en cuanto volviera la cara. Ver como todos los ojos que te miran son los de un extraño se vuelve doloroso después de tiempo. Y aunque pudiera tenerlo todo, no me hacía sentir en absoluto mejor.
Lo intenté todo. Todo, con tal de ser notado. Me hice arrestar más de una vez, entregué mis robos a las autoridades, aparecí en miles de grabaciones explicando mis delitos, buscando una manera en la cual fuera imposible que la gente me dejara pasar desapercibido. Pero aún cuando parecía que me había salido con la mía... Nada. un callejón sin salida. Y la desesperación cada día era mayor.
Así comencé mi última expedición al monolito. Si en algún lugar podía encontrar la solución a mi dilema, era entre esas paredes ahora vacías. ¿Cuánto tiempo pasé estudiando estudiando las notas, los glifos, incluso los artefactos que había robado...? Demasiado. Y decir que cada día terminaba con más dudas que el anterior hubiera sido tomar las cosas demasiado a la ligera. Sid Primco parecía haber sido capaz de borrar su rastro por completo, igual que estaba borrando el mío. Y mi única esperanza era que, conocerlo a él, entenderlo y redescubrirlo me llevaría más cerca de mi salvación.
Quisiera que esta historia tuviera un final feliz. Que pudiera decir "Encontré a Sid Primco, y con él la salvación". Pero no es así. Nadie lo sabrá nunca. Los arqueólogos que descubrieron este lugar murieron uno a uno. Las noticias sobre el monolito se detuvieron y nadie parece ser capaz de redescubrir este lugar. Y yo ya estoy muy grande. Ya no tengo ganas de seguir buscando... Solo me queda una cosa: Dejo en este manuscrito mi historia como una advertencia para todos los que entren a este lugar. Aléjense de aquí. No toquen nada. Y tal vez, solo tal vez, sigan existiendo. Pero sé bien que olvidarán esta advertencia, y no habrá nada que yo pueda hacer para evitarlo.
Pero puedo intentarlo