lunes, 29 de octubre de 2012

Así como llegó, se fue

Si han seguido mi vida por aqui, podrán darse cuenta de una cosa rapidamente: Mis últimos meses-años han sido pésimos. He estado en una constante depresión, cada una peor que la anterior. Y no, no es bonito. De vez en cuando llegan rayos de luz. De esperanza. De alegría. Personas que me hacen creer que todo será mejor. Y entonces, algo pasa, y de repente, toda su luz se extingue. Y vuelvo a caer en depresión, solo que ahora es más grave. En este ciclo he estado inmerso durante los últimos dos años. Esto viene a colación, porque durante los últimos dos meses he vivido en uno de esos periodos. Uno de los que más alegría, esperanza y luz me han traido, y también, uno de los que más rápido se ha terminado. Por eso escribí este poema, titulo "Así como llegó, se fue"

Así como llegó, se fue

Era todo un huraño, estaba solo
Siempre inmerso en mi eterna depresión
Alejado de mi junto con todos
Hundido en la tristeza y la inacción

Yo estaba resignado, deprimido
Y dispuesto a poner punto final
Más llegaste, y trajiste tanto brillo
Que yo triste no puedo continuar

Fui feliz, fui real, estuve vivo
A tu lado como nunca jamás
Y sentí por ti un enorme cariño
E intenté ser perfecto y sin igual

Tanto quise alegrarte en ese tiempo
Tantas veces yo quise ser mejor
Que volví mi camino eso que siento
Y olvidé que lo hacía yo por los dos

Y fue así, tan fugaz como el principio
Que te fuiste, para nunca volver
Regresando a mi alma al precipicio
Al que siempre debió pertenecer

Sin embargo me siento tan perdido
Que no puedo ya nada realizar
Fuiste tú mi esperanza y mi camino...
Ya no puedo aguantar mi soledad

domingo, 14 de octubre de 2012

El monstruo


Conocí a Esteban hace más de diez años. En ese entonces, no éramos más que niños, en esa edad en la aún estábamos felices cuando íbamos a la escuela. No estoy muy segura de cómo nos empezamos a llevar, pero algo puedo decirle: Ya era raro.

Fui una de sus pocas amigas desde entonces. Conforme fuimos creciendo, él empezó a decirme cosas que “padecía”: Esquizofrenia, Trastorno de Personalidades Múltiples, Epilepsia, Depresión Crónica… la lista es eterna. Debo aceptar que lo único que le creí fue Hipocondriasis. Siempre sentí que todo eso era una excusa, o tal vez un intento de justificación para su excentricidad.

Había días en que llegaba vestido, e incluso hablando de manera inusual, argumentando que no era él, sino “Otro Él”. Sus actuaciones eran convincentes y persistentes, como si cada uno de sus personajes estuviera ya perfectamente planeado. Sin embargo, y especialmente conmigo, si alguna vez algo se salía de control y nos peleábamos, o yo me sentía mal, o cualquier cosa fuera del guion, “mágicamente” volvía a ser él, diciéndome frases como “No dejaré que nadie, ni yo, te haga daño”, o “Jamás te dejaré sola”. Podía decirse que era una rutina entre nosotros.

Hace dos años escuché por primera vez de su boca la idea de que, dentro de él, había un monstruo.  A veces, podía distinguir espasmos de dolor intenso, con sudor frío, como si algo le estuviera haciendo verdadero daño, y cuando le preguntaba qué era, solo me respondía “Él”. Sin embargo, y consciente de sus dotes actorales, jamás le presté mucha atención cuando hacía eso, consciente de que, probablemente, sólo buscara que le diera un abrazo, pero no lo quisiera pedir.

Poco a poco dejó de hablar de eso, al menos conmigo. Sin embargo, se le notaba perpetuamente cansado, y se alteraba fácilmente a la menor preocupación. Preocupada, decidí invitarlo a salir, buscando que se distrajese, me contara de aquello que tanto me perturbaba, y se tranquilizara.

Nunca lo había visto tan feliz. No mencionó en ningún momento a sus “otros yo”, ni a sus “enfermedades”, ni a su “monstruo”. Esa tarde solo fuimos él y yo.

Nuestra velada terminó tarde, y él insistió en acompañarme a mi casa. Decidimos irnos caminando, como queriendo postergar el momento, y entonces pasó.

En un momento, la calle estaba vacía, y al siguiente, tres asaltantes, armados con navajas, nos rodeaban. Levantamos las manos, e hicimos todo lo que ellos querían, pero ellos se veían nerviosos, como si fuera su primer asalto. Entonces, Esteban hizo un movimiento brusco, sin querer, porque se le estaba cayendo la cartera de las manos, y uno de los asaltantes lo cortó.

Esteban entró en shock al ver la sangre salir de su brazo, y acto seguido, se abalanzó sobre el maleante, quitándole el cuchillo, y, con un movimiento veloz, la vida. Segundos después, cuchillo en mano, despachó a los otros dos, que ni siquiera tuvieron tiempo de defenderse.

Yo estaba paralizada. No podía creer la escena que acababa de ver. Ni siquiera el mejor asesino de la mejor película de acción pudo haber realizado esos movimientos con esa precisión y rapidez. No podía creer que el Esteban que yo conocía pudiera haber hecho eso.

Se quedó de pie, contemplando los cuerpos inertes, y entonces volteo a verme. Sus pupilas estaban dilatadas, e inyectadas de sangre, y su cara tenía una expresión de demencia pura. Quería correr, huir, esconderme, pero mi cuerpo no me respondía. Solo podía mirarlo, fijamente, mientras su mirada me analizaba. Podía sentir que en cualquier momento se abalanzaría sobre mí, y me quitaría la vida. Comencé a llorar y gimotear, desesperada y segura de que mi hora había llegado, cuando empezó a moverse.

Lentamente se acercaba, con el chuchillo sangrante en su mano, y la mirada, helada, fija en mi. No me atreví a parpadear, temiendo que, si lo hacía, jamás podría volver a abrir los ojos.

Finalmente se detuvo, a escasos centímetros de mi. Podía sentir su aliento, pesado y caliente, y temí mi fin. Tomó mi mano, y puso el cuchillo apuntando a mi pecho, mientras asía mi mano con gran fuerza. Cerré los ojos, y me encomendé a Dios, esperando que, por favor, tuviera piedad de él.

No puedo comprender aún por qué, pero en un acto súbito, jaló mi brazo, y me hizo cortar una profunda herida en el pómulo, tras lo cuál soltó mi mano. Inmediatamente yo solté la navaja, pero el daño ya estaba hecho. Me arrodillé junto a él, tratando de detener la sangre con mis manos, cuando lo oí decir: “Discúlpame… Prometí mil veces estaría contigo y te protegería hasta de mi… Lamento haberte defraudado…” Quise decirle que no, que estaría bien, que podía salir de eso, y seguir conmigo, y protegerme todo lo que quisiera, pero ya era muy tarde.

Fue en ese momento cuando empecé a creer en sus historias, en sus enfermedades, en sus otras personalidades. Porque ese hombre no era Esteban. Ese ni siquiera era un hombre. Era un monstruo.

Entiendo perfectamente si usted no me cree, su señoría, pero esa es la verdad. Así es como, por mi mano, murió Esteban Garza.