viernes, 26 de abril de 2013

La búsqueda

Siempre creí que, si podía recolectar todo lo que había dicho en mi vida, releerlo y sintetizarlo, podría escribir un libro de filosofía que cambiaría la visión de la gente sobre el mundo en el que vivimos. Esa idea siempre me persiguió, y un día decidí dejar de ignorarla, y seguir ese impulso que me llevaría a las páginas más destacadas de la historia.

Busqué las conversaciones que estaban guardadas en mis redes sociales, no solo las actuales, sino algunas que hace muchos años ya nadie usaba, buscando cada pieza de filosofía que yo hubiera escrito, sorprendiéndome más de una vez ante mi propia grandeza. Sin embargo, y a pesar del largo tiempo que eso me llevó, eventualmente se me acabaron las conversaciones. Pero yo me rehusé a creer que ese fuera todo el conocimiento que yo hubiera expresado, y decidí seguir buscando. Traté de rescatar las conversaciones de mis viejas computadoras, pero muchas de ellas ya estaban obsoletas, y me di cuenta que me sería imposible.

Pero no me rendí. Decidí rescatar esas conversaciones tuviera que recurrir a lo que fuera. Así, me convertí en un hacker. Comencé por busquedas sencillas, bases de datos "simples" de compañías no muy complejas, que no me hicieron pasar problemas graves. Pero pronto, eso también se agotó, y tuve que pasar a las ligas mayores. Comencé a dedicar cada vez más horas de mi vida a tratar de romper bloqueos, y contrarrestar códigos, con tal de conseguir pequeñas piezas de información, pláticas, aunque fuera unos cuantos renglones de mi innegable grandeza. Y al final, siempre las conseguía.

Había veces que las compañías me detectaban, y tuve que aprender a esconderme, a huir, a aprender en las sombras, y a volver más preparado que nunca. Abandoné todo lo que tenía con tal de seguir buscando esas conversaciones que me ayudaran a construir el conocimiento que cambiaría al mundo.

Por fin, un día me convencí de que tenía recopilada todas las cosas que había escrito en mi vida. Pero no era todo aún. Sé que me faltaban algunas cosas, cosas que no había escrito, sino que había dicho. Que no podía recuperar tan fácilmente. Así que me puse a buscar todas las grabaciones que hubiera de mí. Las cámaras de seguridad de mi trabajo, de mi escuela, de mi ciudad. Todo lo que pudo haber recolectado algo de mi sabiduría. Solo entonces, viendo esos videos, pude darme cuenta de donde estaba la mayor parte de la información que me faltaba: En el teléfono.

Traté de contactar a los proveedores, buscando una especie de archivo secreto, dando cuanto pretexto pude pensar para conseguirlo, pero no accedieron. Los únicos que podían acceder a los registros eran los agentes del gobierno.Y así, marqué en mi lista al último lugar al que tenía que acceder: La base de datos del gobierno. Todos los registros de todas las interacciones humanas via tecnología estaban ahí, a mi alcance.

Cuantos años viví la más intensa de las luchas. No podía detenerme. No podía hablar. Tuve que volverme una sombra, un mito, y lentamente, avanzar a mi objetivo. Hasta que por fin llegué. Pude haber robado las grabaciones de la policía secreta, los planes bajo la mesa del presidente, los tratos ilegales de todas las empresas. Pero en lugar de ello, robé toda la información que existía sobre mí, y desaparecí con ella.

Pasé años buscando esa información, y por fin la tenía ante mí. Escuché mi voz, antes joven y enérgica, descifrar los secretos de la vida humana, revelar el camino hacia la grandeza de espíritu, y el tan guardado camino a la verdadera iluminación espiritual. Todo estaba ahí, entre mis letras, producto de mi voz. Producto de mi mente.

Decidí agruparlos por años, para ver mi evolución, y me asombré al encontrar que mi juventud era mi periodo más fértil, pero que conforme crecí, mi grandeza, antes clara y evidente, parecía haberse esfumado. Buscando distraerme, traté de redactar mis ideas, hacer un resumen de lo más importante, pero al hacer la revisión me di cuenta que, a lo largo de mis años de búsqueda, casi todo lo que yo había dicho, pensado, escrito, alguien más ya lo había dicho o escrito. Me di cuenta que mi grandeza ya no era tan grande, que mi luz se había apagado, y temí. Traté de elaborar grandes pensamientos, llegar a las grandes respuestas una vez más, pero no pude. Nunca más podría.

Ya estoy viejo. Ya no tengo nada que ofrecer al mundo el día de hoy. Me queda poco tiempo, y estoy seguro que aquello que deje para la posteridad, será nulo. A veces me pregunto, si me hubiera dedicado a pensar, en lugar de alabarme, ¿A dónde hubiera llegado? Lástima, en verdad, que no lo hice.

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