sábado, 7 de mayo de 2022

Si no duele, no sirvo

Creo que soy la persona más indicada para hablar sobre Carlos, dado que, fuera de su familia -y de eso no tengo la certeza- fui la primera persona en hacerle saber que sabía su secreto, razón suficiente por la cual él, con el pasar de los años, me convirtió en su principal confidente y apoyo. Por difícil que eso fuera, cuando se trata de alguien como él.

¿Qué me llevó a descubrirlo? No lo sé, honestamente. ¿Tal vez ponía más atención que los demás? ¿Tal vez mi aburrimiento? ¿Habrá sido simple fortuna? Sea como fuera, el hecho es que, cuando él tenía como ocho años, yo me di cuenta que era especial.


Recuerdo el día perfectamente, teníamos clase de educación física, y ese día al profesor se le ocurrió que, para mantenernos entretenidos, nos pondría a jugar volibol. No hay que olvidar que éramos niños, a nosotros nos daban un balón y nos soltaban en el patio e íbamos a ser felices, pero con este profesor eso no era suficiente. No, teníamos que jugar volibol con todas las reglas, ya saben, formaciones, movimientos permitidos, rotaciones… todo innecesariamente complicado para nosotros, y por lo general, poco divertido. Pero él era el profesor y nosotros los alumnos, así que ahí estábamos, jugando volibol, mientras él nos gritaba que debíamos respetar equis cosa. En eso estábamos cuando uno de los compañeros decidió clavar el balón, el cual se estrelló de lleno en la cara de Carlos, quien de inmediato se puso a llorar. Y por supuesto, medio salón se empezó a burlar de él, algo esperado de parte de unos niños. Sin embargo, el profesor, después de regañar a los que se burlaban y en lugar de mandarlo a la enfermería o algo, lo obligó a seguir jugando, e incluso le exigía más que a los demás. Yo podía ver como él intentaba contener el llanto, como le dolía el golpe, y cuando le tocó sacar, pasó: En lugar de pegarle al balón como cualquiera de nosotros, lo reventó.


¿Alguna vez han intentado reventar un balón de un golpe? Porque creo que queda claro que el objetivo de los balones es recibir golpe sin que les pase nada. Pues en ese momento, lo único que escuchamos fue el estallido, seguido, instantes después, del llanto de Carlos y los gritos de susto de algunos niños más.


A falta de un balón de repuesto, el profesor decidió liberarnos para que hiciéramos lo que se nos antojara, y yo vi como Carlos se aislaba, probablemente para evitar que siguieran las burlas de los compañeros, quienes milagrosamente prefirieron hacer otra cosa, tal vez por miedo a que el profesor los regañara más. Yo, que en ese momento aún no entendía lo inusual de lo que había pasado, pero sin ganas de correr y estar bajo del sol, decidí ir con él, fortuitamente.


Al principio lo notaba incómodo con mi presencia, pero eso no me detuvo, y empecé a preguntarle lo básico, cómo se sentía, que si le dolía… y se me ocurrió decirle que nunca había visto explotar un balón. De inmediato empezó a intentar explicarme que eso era común, que no era la primera vez, pero conforme más hablaba, menos confiado se escuchaba. Aún a esa edad me era fácil detectar cuando intentaba mentirme. Ni siquiera tuve que decirle nada, solo me quedé ahí, escuchándolo, hasta que me empezó a decir la verdad.


“A veces, cuando algo me duele, siento como si algo en mi cuerpo cambiara. Es difícil de explicar, pero… a veces pasan cosas extrañas, como hoy, cuando me siento así. Cosas que no entiendo. Hoy, por ejemplo, sentía que podía romperlo todo, pero siempre es diferente. Y de repente puedo hacer algo que antes no. O que ahora no. Solo mientras me duele… Me da mucho miedo”


Lo abracé sin pensarlo y me quedé con él el resto de la clase. Así es como conocí a mi mejor amigo


Poco a poco fui conociendo más sobre él, sobre sus particularidades, y sobre como el dolor lo afectaba. Y no solo el dolor físico, sino en todas sus presentaciones. Recuerdo, por ejemplo, una vez que le tocó exponer en una clase, y el profesor se burló de él y de lo malo que era su trabajo. Yo podía ver las ganas que tenía de llorar, pero no dijo nada. Más tarde, cuando voltee a ver a su escritorio, vi todas sus cosas, pero él no estaba ahí. Lo que es peor, su pluma se movía. Él ahí estaba, solo no podíamos verlo. El dolor le había activado algo, una vez más


Conforme fuimos creciendo, él fue descubriendo más sobre el funcionamiento de sus habilidades. De entrada, descubrió que el mismo tipo de dolor no siempre daba como resultado el mismo cambio, lo cual volvía muy impredecible cualquier situación. Pero también notó que, conforme más fuerte era el dolor, más pronunciado era el efecto, y con ese descubrimiento, empezó a forjarse en él la idea de volverse un superhéroe. Y quiero que quede escrito que yo siempre me opuse a la idea, y se lo dije siempre que pude. Para mí, la situación era demasiado impredecible como para arriesgarse a algo así, pero él tenía esa idea, y pues todos sabemos qué terminó pasando, entonces sobra decir que no me escuchó.


Empezó a baja escala, con dolor autoinfligido que podía controlar, como dislocarse un hombro o lastimarse algún dedo, tratando de detener asaltos, robos, poca cosa, sin darse a conocer ni a notar. Pero en la actualidad, esconderse es demasiado difícil, y pronto comenzaron los rumores, las especulaciones, los videos de sus acciones… se empezó a volver una figura de culto, alguien sobre quien todos querían tener una opinión. Y dada su variedad de habilidades, los rumores empezaron.


Y un día, todo explotó. El alcalde decidió hacer una ceremonia para conmemorarlo, pidiendo que se presentara en un evento público, y asegurando que no lo desenmascararía si lo hacía. Y aunque yo le dije que era una mala idea, que era ponerse en peligro, que no podía confiar en un político, él no hizo caso. Y aunque el alcalde cumplió, de un momento para otro, Carlos ya era un héroe reconocido por la ciudad, con todo lo que eso implicaba.


A partir de ese momento, cada vez que algo pasaba en la ciudad, la gente ya no le reclamaba a la policía, a los gobernantes… no, le reclamaban directamente a él. “¿Por qué no me ayudaste a mí, y a aquél si?”, “¿Dónde estabas cuando eso estaba sucediendo?”. Esa tensión, aunque obviamente lo afectaba emocionalmente, también ayudaba a mantener sus poderes en un nivel mayor a lo que estaba acostumbrado, lo cual a su vez hizo que tuviera que infligirse menos daño para conseguir los resultados que antes buscaba. 


En retrospectiva, incluirlo en la estrategia de seguridad pública parecía un movimiento político brillante, que quitaba al gobierno la responsabilidad de cuidar a sus ciudadanos, al tiempo que se vanagloriaba de los éxitos de Carlos. Sin embargo, no todos veían ese cambio en la escala de poderes con buenos ojos, y eso desencadenó la crisis.


Aunque todos saben de ese día, creo que es importante dar todo el contexto. El alcalde quería reelegirse, y ante los problemas que estaba teniendo para reunir gente, y motivado en gran medida por el temor a la oposición, decidió incorporar a sus eventos invitados especiales. Y para mi disgusto, uno de dichos invitados sería Carlos. Y bueno, sé que está mal hablar pestes de los muertos, pero yo siempre tuve poca confianza de ese hombre, y casi le rogué a Carlos que se abstuviera. Una vez más, no me hizo caso, cegado completamente por esta noción del “héroe ideal” que quería ser.


Así que, llegado el día, ahí estaba, el alcalde en el estrado, una gran cantidad de público “escuchando” su discurso, a la espera del momento en que podrían ver a Carlos, tal vez pedirle un autógrafo, tal vez reclamarle algo. Tal vez han visto en los videos la manera en que el público únicamente le ponía atención a él. O tal vez no. Normalmente la atención suele centrarse en el Comandante Díaz, sentado en la misma mesa que ellos, planeando ejecutar su objetivo.


Por eso, cuando el alcalde empezó a introducir a Carlos, se puede ver el momento en que da la orden del golpe de estado, seguido de la ráfaga de balas que lo asesinó, mientras otros militares amordazaban a Carlos. Procedió a dar su discurso sobre como la seguridad de la ciudad había sido secuestrada por políticos y principiantes, y que de seguir así perdería cualquier indicio de normalidad y seguridad, y que solo él y las demás fuerzas del orden podían evitar esa catástrofe. Y como primer paso para remediarlo, planeaba dar un ejemplo a cualquier tonto que siquiera intentara ponerse en su camino.


Solo tengo que cerrar los ojos para volver a ver esa escena. La he visto miles de veces, en reportajes, en noticieros, en documentales, y nunca deja de doler. Veo como el Comandante Díaz saca sus dos cuchillos y los clava violentamente en el pecho de Carlos. Veo los cortes horizontales que hace para dañarlo, y puedo ver, sobre todo, el esfuerzo que él estaba haciendo para controlarse. Pero tanto dolor de golpe pudo más que él, y entonces dio el grito. Para miles de personas, ese ruido fue lo último que escucharon.


El sonido fue tan fuerte que destruyó todo lo que se encontraba frente a él, al menos a cuatro cuadras de distancia. Edificios, personas, y obviamente también el equipo de video que se encontraba monitoreando el evento, razón por la cual las grabaciones se cortan ahí. Por desgracia para todos los que estaban sintonizando en vivo, la potencia del audio en esos escasos segundos siguió siendo lo suficientemente fuerte como para causar sordera en ellos, aunque no suficiente para destruirlos, como sí hizo con los aparatos electrónicos desde los cuales se transmitía la imagen. Yo agradezco que, a pesar de mi preocupación, no estaba viendo la transmisión en vivo, la vería horas después en una reproducción sin sonido. No puedo imaginar cómo se hubiera sentido de enterarse que me había dañado.


En ese momento, la gente no sabía cómo funcionaban sus habilidades. Aún hoy sigue habiendo mucha especulación acerca de cómo se activaban, y cuales eran sus límites. Pero tomando en cuenta eso, no me extraña la campaña en su contra que se creó, silenciosa pero irremediablemente. Entre los exorbitantes costos en reparaciones después de la destrucción que hizo, las personas a las que simplemente… exterminó ese día, y los gastos en salud pública que fueron necesarios para atender a todas las personas que padecieron sordera por su culpa, los argumentos en su contra eran enormes. Y si a eso le añadías el temor que, con justa razón, muchos tenían, particularmente en lo que respecta a los límites de sus habilidades, es fácil imaginar la cantidad de temor y estrés que él cargó a partir de ese día. Más de una vez intenté ayudarlo y más de una vez me alejó, diciendo que no podía exponerme, que temía perder el control y hacerme daño. Yo sabía que no lo hubiera hecho, pero entiendo por qué tenía miedo. Y por eso lo seguí intentando, inútilmente.


No es de extrañar que fuera en este punto cuando se volvió un héroe a nivel global, a iguales escalas temido como respetado. Con todo el dolor que cargaba consigo, sus habilidades se hicieron más poderosas de lo que nunca antes, cosa que él aprovechó para dedicarse a labores mucho más grandes. Cada vez más grandes. Y eso no solo aumentó su fama, sino que le dio un pretexto perfecto para aislarse de todos los demás. 


Por eso no tengo mucha información especial respecto a esos últimos años. Sé lo mismo de ellos que todos ustedes. Por eso me sorprendió que, casi de manera inmediata después de que la NASA pidió públicamente su ayuda para arreglar la órbita de la estación espacial, él se apareciera en mi casa, listo para despedirse. Ambos sabíamos que esa era la última vez que nos veríamos.


No creo haber llorado tanto en mi vida como en ese momento, mientras lo abrazaba, ni siquiera después de su misión. Por más que él me aseguraba que no le pasaría nada, que él sobreviviría, yo sabía que no sería así. Pero igual que siempre lo hizo antes, me ignoró e hizo lo que su corazón le decía, aunque eso implicara despedirse de mí. Inmediatamente después de hacerlo, partió hacia la NASA, a recibir los detalles.


Ese día sí estaba viendo la transmisión en vivo. Vi como se lanzó al espacio. Vi las imágenes que transmitía la estación espacial. Y vi como empezaba a deteriorarse, como el vacío del espacio empezaba a destruir su cuerpo. Vi el momento en que le salieron sus alas, y como, con su último aliento, logró usarlas para empujar la estación en la dirección deseada. Vi como su cuerpo, inerte, flotó en el espacio hasta perderse de vista.


Yo no creo que Carlos haya sido un ángel, enviado por Dios para enseñarnos una lección de bondad. Tampoco creo que haya sido un monstruo, con la misión de destruirnos a todos, que regresaría para castigarnos cuando menos lo esperábamos. Yo sé que él era solo un hombre. Un hombre bueno, que tuvo que cargar toda su vida con un dolor que no le correspondía.

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