viernes, 15 de junio de 2012

La doncella del árbol

Ella y yo nos conocimos hace muchos años. Siempre fue un caso muy especial. Una niña solitaria, con una mirada distante. Era difícil que volteara a verte directamente, aun cuando hablaba contigo. Ay esa niña… Siempre fue única.

Nunca olvidaré el día que hablé con ella por primera vez. Estaba sentado bajo la sombra de un árbol a la hora del recreo, comiendo una quesadilla, sin la necesidad de estar con nadie, ni siquiera muy consciente de la soledad en la que me encontraba. Entonces, de la nada, escuché su voz. -¿Sabes por qué los árboles están detenidos?- Voltee a ver de donde provenía esa voz, y la encontré ahí, mirando al cielo, como si no estuviera consciente de que yo estaba ahí. –Hace tiempo- continuó sin mirarme – Los árboles se movían. Caminaban por todo el mundo, felices y libres. Hasta que un día, organizaron un concurso de baile. Árboles de todo el mundo se reunieron en varias sedes para ver cuál de ellos podía moverse mejor. Después de muchas eliminatorias, se pactó el día para la final. Instalaron pantallas de televisión para que todos los árboles del mundo pudieran ver el torneo, y estaban muy emocionados. Entonces, de la nada, apareció una doncella humana, bailando, de manera tan impresionante que todos los árboles se dieron cuenta que ella era mejor que todos ellos, y felices ante tanta belleza, decidieron que no se moverían más.-

Me quedé pensando en su historia durante unos segundos, y después le pregunté: -¿Y tú cómo lo sabes?- Lentamente bajó la cabeza, y pude ver en su cara la sonrisa más pura y bella que jamás he visto, al tiempo que decía: -Porque esa doncella fui yo-. Me resultó imposible no enamorarme de esa sonrisa.

Tardé varios años en dejar de enojarme cada vez que mis maestros de Biología me decían que los árboles nunca se habían movido.

Siempre fue así. Tenía una imaginación sorprendente y una capacidad innata para relatar lo que su imaginación le dictaba, de manera que aún fuera la más fantasiosa de las historias, ella podía hacer que cuestionaras a la realidad más que lo que ella te dijera.

A partir de ese momento, no dejamos de estar juntos. Ella me contaba sus historias, y yo las escuchaba y las creía, seguro que cualquier cosa que saliera de esos labios era realidad. Ella apreciaba de mí, especialmente, mi capacidad para escucharla, como si su voz fuera lo más importante en todo el mundo. Y es que para mí, eso era.

Por más que pasaban los años, nosotros dos continuamos tan juntos como siempre, a pesar de tener personalidades tan distintas. Yo, siempre en silencio, y ella, siempre contándome lo que su imaginación le decía. Yo, con mis sueños de ser un ingeniero y trabajar en silencio y soledad, y ella soñando con ser una novelista y cambiar el mundo un lector a la vez.

El día que entramos a la Universidad fue el primer día en muchos años en que realmente estuvimos lejos. Al fin y al cabo, nuestras facultades no eran precisamente semejantes, y estaban bastante apartadas, mientras que nuestros horarios también resultaban ser bastante diferentes. Cuando yo empezaba clases, ella seguía dormida, y para el momento en que yo salía, su día apenas empezaba… Y ni cómo desear  vernos cuando ella salía, porque ya era demasiado tarde.

Poco a poco nos separamos, no por gusto, sino por necesidad. Yo me adentré en el mundo inhóspito de las matemáticas y la electrónica, y ella encontró un campo fértil para su creatividad en sus cuadernos y libretas. ¿Qué si hablábamos? Claro que si, pero no tanto como antes. Normalmente estábamos tan agotados, que solamente nos saludábamos y nos despedíamos.

Poco a poco, esas interacciones entre nosotros se fueron haciendo más y más escasas. Yo la extrañaba, claro está, pero siempre pensaba: “Ya pronto se acabará esto, y podré estar con ella como antes”. Ya pronto… Pero pronto nunca llegaba.

Pocos días antes de mi titulación, me llegó una carta de su parte. Era una invitación a su baile de graduación. Sin embargo, con el trabajo de terminar la tesis, acabar todo el papeleo para titularme, y demás, no le di mucha importancia y lo olvidé por completo. Cuando recordé la fecha, era demasiado tarde.

Lo primero que hice cuando me titulé fue ir a su casa. Estaba muy apenado por haberle quedado mal, y la extrañaba. Quería decirle lo mal que me sentía por haberle fallado, y asegurarle que no volvería a pasar, que nada nos volvería a separar, y que estaríamos juntos, como ambos sabíamos que queríamos. Fui a comprar el mejor traje que pude pagar, así como las flores más bellas de la ciudad, y me preparé. Tome aire, antes de tocar el timbre, y tras de ello, esperé, ansioso, escuchar su voz del otro lado, al tiempo que me preparaba para vivir el momento más feliz de nuestras vidas.

Cuando la puerta se abrió, pude ver a su madre, con los ojos rojos de llanto, quien inmediatamente se lanzó a mis brazos sollozando. Desconcertado, traté de tranquilizarla mientras preguntaba por ella. Cuando por fin estuvo tranquila me señaló su cuarto, y tras dejarla en un sillón de su sala, corrí a ver qué pasaba.

Nunca olvidaré lo que vi. Allí estaba ella, acostada en su cama, pálida como un fantasma, con los ojos cerrados. Me acerqué lentamente, sin saber qué hacer, hasta llegar a su lado. Tomé una de sus manos, fría como un témpano, y temí lo peor. –Sabía que vendrías- Abrió un poco los ojos, y pude ver que no le quedaban muchos minutos conmigo. Tomé fuerte su mano, e intenté explicarle por qué no había ido a su fiesta con ella, sin embargo, lentamente, me hizo un ademán para que me callara y me dijo: -Aquí la de las palabras siempre he sido yo. No te preocupes-

Permanecí en silencio, tomando su mano, paralizado de miedo por varios minutos. Entonces volteó a verme y me preguntó: -¿Te acuerdas cómo nos conocimos?- -No podría olvidarlo jamás, ni aunque quisiera- Respondí. -¿Te acuerdas que te dije que los árboles se habían detenido por lo bello del baile de la doncella? Eso es… Porque nunca habían visto tus ojos al mirarme… El resultado… Es el mismo…- Y sin decir más, esbozó una sonrisa, y cerró los ojos, para no volver a abrirlos jamás.

Hoy, por fin, tantos años después, sé que me reuniré con ella. Sólo quiero que sepan que, si los árboles vuelven a empezar a moverse, no fue intencional.

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