En mi cabeza, todo salió casi de acuerdo al plan. En la
realidad, no queda tan claro.
Fue el primer día de enfrentamientos para la mayoría de
los presentes, y yo podía ver en sus caras la misma emoción que en su momento
yo había sentido. Sin embargo, no era emoción lo que yo sentía esta vez. No
había alegría, júbilo, ni expectativas. Sólo había un plan que tenía que
seguir, y una última oportunidad.
Me asignaron al mejor del equipo como compañero, pero aún
decir el mejor no era gran cosa. Un novato temeroso y tímido, de nombre
Francisco. No le dije nada del plan, pero su opinión no importaba. Sabía que no
aceptaría si se lo proponía, y no podía arriesgarme a fallar.
Podía ver a Abi y a Félix esperar su turno, a lo lejos.
Tenía muchas ganas de acercarme a ellos, de estar ahí, como antes. Pero no
podía permitírmelo. Alteraría el plan. Además, creo que no estoy en condiciones
de verlos. No aún.
También veía, por primera vez en la semana, a Alma y
Antonio. No hablaban, no se veían, solo estaban ahí, lado a lado, esperando.
Podía sentir como me hervía la sangre en las venas, mientras de manera casi
inconsciente me tomaba la muñeca, aún no recuperada del todo. Era bueno que
estuvieran ahí. Necesitaba que lo estuvieran.
Sabía perfectamente que me tocaría enfrentar a un equipo
bueno, independientemente de las escazas habilidades de Francisco, a quien se
veía al borde del colapso. No podían permitir que humillara a un equipo de
recién ingresados de la manera en que era evidente que lo haría, y confiaban en
que sacara a flote al equipo, de manera que Francisco no se desmoralizara, y
siguiera con nosotros cuando menos una semana más.
Claro, no esperaban que, de la nada, y tras un descuido,
me escabullera, jalando a Francisco, y frente a todos, retara a Alma y Antonio
a un enfrentamiento. Automáticamente escuché como todos los ahí presentes,
desde el más hiperactivo novato al más experimentado instructor, contuvieron la
respiración en un rápido movimiento. Para mi sorpresa, tan solo un momento
después, vi como Antonio, con una sonrisa casi sádica en el rostro, subía,
seguido por Alma, dispuestos a enfrentarme. En lugar de aceptar mi desafío, lo
único que escuché fue un leve, pero audible e imponente: -Esta vez, sin piedad-
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